jueves, 26 de marzo de 2015

Cuentos en el Pinar: "Morirás el 7 de septiembre".



MORIRÁS EL 7 DE SEPTIEMBRE


El restaurante era un auténtico lujazo. La alfombra roja acariciaba la yema de los dedos de los pies de Michelle, todo estaba lleno de ribetes de esos de pan de oro y los camareros, todos ellos, vestían de smoking. Era en Singapur, habían acudido juntos a una convención y, tras la cena y unas cuantas copas de vino de gran reserva, decidieron hacer la gracieta:

- Vamos a pedir una de esas galletas chinas de la suerte.
- Ay, tonto! Se van a ofender, estamos en Singapur.
- Será divertido. ¿Nunca has querido saber qué te depara el futuro?
- ¿No creerás en esas cosas?
- No.
- Ha sido un día duro.
- ¿Quieres ir al hotel?
- No queda mucho más que hacer.
- Siempre quedan cosas por hacer- dijo mientras le cogía la mano.

Pidió dos galletitas de la suerte. El camarero las trajo en una pequeña bandeja plateada junto con un estuche de cuero con y la factura en su interior.

MORIRÁS EL 7 DE SEPTIEMBRE ponía en el mensaje de la galleta.

Su cara se descompuso. Tragó saliva, bebió champagne.
- ¿Qué tal?- preguntó Michelle.
- ¿Sabes qué? Tenías razón, no se debe creer en estas cosas.
- Sí, una vez me echaron las cartas del tarot y...- comenzó Michelle a soltar su monserga. Estaba buena y era hermosa. Parecía inocente, aunque para Robert daba lo mismo, era otra más. Le gustaba su boca, que dibujaba una sonrisa entre picarona y adolescente. Le dio la vuelta al mensaje.

MORIRÁS EL 7 DE SEPTIEMBRE. Será a las 17:03 horas. Ahora que lo sabes, no podrás decírselo a nadie, no podrás despedirte de nadie. Si lo haces, tú mueres.

- Joder, tonterías!
- ¿Qué te pasa, Robert?
- Hostia, nada.
- ¿Quieres que nos vayamos?
- Será un placer- dijo acercandose, rodeándola con un brazo y agarrándola del costado con la otra mano.

Dieron un pequeño paseo, cogieron un taxi y llegaron al hotel. Echaron un polvo, escuchó un par de monsergas mas de Michelle, se encendieron un cigarrillo y se quedaron dormidos medio abrazados, medio indiferentes el uno del otro, al menos el uno de la otra.

Echó un par de cabezadas. En la mesilla de noche había un pequeño y coqueto calendario, Miró la fecha, era 28 de agosto.

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De regreso a casa, soltó la maleta, que se fue rodando apenas unos centímetros por el pasillo de su céntrico apartamento. Robert sacó de nuevo su papelito de la cartera:

MORIRÁS EL 7 DE SEPTIEMBRE

Lo hizo una bola y lo dejó guardado en uno de los cajones de la mesa de trabajo.

Intentó un par de llamadas. El cabrón de Jimmy no lo cogía. Estaría de vacaciones en la soleada Miami Beach. Pensó en llamar a Michelle para ver si había llegado bien a casa, pero no lo hizo. Escribió un mensaje de texto:

"He llegado. ¿Qué tal tú? No abriste tu galleta".

Era verdad, Michelle no había abierto su galletita de la suerte. El camarero la retiró de la mesa junto al estuche con la American Express en su interior y la bandejita de plata reluciente; la galleta de Michelle estaba intacta.

Y si fuera verdad?- Se preguntaba Robert. Volvió apresurado a su mesa de trabajo y abrió el segundo cajón. Ahí seguía la bola de papel, la desenrolló, leyó de nuevo el mensaje y el reverso.

Había visto decenas de películas de miedo de esas en las que un loco llama a un tipo y le dice por teléfono que ni se mueva o lo mata y éste, aunque aguanta por un par de horas (justo lo que dura la película) acaba haciendo alguna tontería y se lo cargan. No hablemos ya de los innumerables films en los que suceden cosas raras en una casa, se enciende una TV o de aquellas en las que se cumple una profecía milenaria o continua una macabra tradición familar ancestral.
Pero en ninguna de esas películas el enemigo o extraño ser dejaba escrito al dorso los detalles ni la hora exacta. Aquello le estaba empezando a corroer las extrañas.

- Buenos días, ¿es el restaurante Haboi?- Preguntó.
- Solo quería...bien, el caso es que estuve ayer mismo en su restaurante con mi compañera, ¿recuerda? bueno, es igual. Solo quería preguntarles, ¿de dónde sacan los mensajes que aparecen en las tradicionales galletas chinas?- prosiguió.
- Ahmm...ahmmm...entiendo. Sí, pero...no hay una especie de profesional que trabaje para ustedes haciendo esto? Ahmm...ahmmm...ya, entiendo. Una empresa...lo compran directamente. Oiga, ¿me puede dar los datos de esa empresa? Sí, es para hacer un pedido. Mi socio trabaja en un restaurante cerca de Club Street. Yo me preguntaba si podía contar con esa información.

Colgaron el teléfono.

- Su puta madre- dijo Robert entre dientes. Volvió a telefonear un par de veces más sin éxito.

Dio vueltas por todo el apartamento pensando.

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MORIRÁS EL 7 DE SEPTIEMBRE decía el mensajito. Lo conservaba en la cartera y, de vez en cuando, le gustaba, en un acto casi masoquista, mirarlo y tratar de quitárselo de la cabeza. Pero no podía...

Abrió la puerta de la residencia  lamentando que todo eso estuviera sucediendo.

- Sí, pregunto por la señara Worthy. Soy Robert Paterson, su hijo.
- Tercer pasillo a la derecha, allí encontrará a su madre, han terminado ahora de comer, señor Paterson.

Tercer pasillo a la derecha. Se dirigió hacia allí. Todo lleno de viejos y viejas con la mirada perdida, casi apagada. Era lamentable que su madre tuviera que compartir hogar, si es que se le podía llamar hogar, con toda esa gente, al menos, él lo veía ahora de esta manera.

- Eh...mamá!- dijo Robert dirigiéndose casi con verguenza a la señora en silla de ruedas.
La señora Worthy levantó la mirada, lo contempló, sus ojos apenas se entreabrieron para verlo, bajó de nuevo la mirada.

- Mamá...mamá- dijo Robert nervioso, empezando a estar desesperado de algún modo.
- Mamá, vengo a disculparme. Este sitio es horrible y yo he sido un pésimo hijo. Nunca debí meterte en este lugar. Yo...solo quería venir a verte, solo quiero que sepas que lo siento.

La mujer no miró al hombre.

Robert cogió su mano - Joder, mamá. Quiero que sepas que te quiero, yo nunca he dejado de pensar en ti.

La mujer no miró al hombre.

Soltó su mano. Se apresuró al levantarse y quiso besarle la frente. No hizo nada, salvo acariciar su rostro. Cogió su chaqueta del brazo del sofá y se dio la vuelta. Miró a su madre por última vez...

Ella miró a su hijo y...esbozó una mueca dejando mostrar sus horribles y manchados dientes. Fue casi terrorífico. Parecía estar diciéndole a su hijo "jódete".

Se giró y afrontó el pasillo de vuelta.

Una madre lo vale todo. Una madre es el origen de todo. Una madre es la génesis del arroyo que corre, metáfora de lo que es el devenir de la vida, desde el torrente que corre con fuerza hasta el fino hilo que lleva a la vejez y de la vejez hacia la muerte. Todo aquello era hermoso, el amor de una madre. Generalidades y generalidades. Era hermoso, pero en su fondo pensaba que no había nada como una madre para los demás, pero no para él.

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Condujo hasta el condado de Larimer, Colorado. A apenas 30 millas a las afuera se encontraba el Red-Fort High School, su viejo instituto. 

Bajó del coche y se dirigió a la vieja alambrada de metal, algunas partes estaban ya oxidadas. Y pudo ver el césped quemado, la bandera de los Estados Unidos de América roída por el fuerte viento, un viejo autocar abandonado y la puerta frontal empapelada. El escudo del instituto estaba casi descolorido.

Y se vio con 17 años en el campo de fútbol tonteando con las animadoras del equipo, riéndose a carcajadas con sus amigos, vacilando al profesor de Literatura, fumando un cigarrillo a la espalda del bloque principal. Recordaba cuando por fin consiguió tumbar al gordo Ralphie y le hacía feliz pensar en ello. Esto último parecía algo sádico, pero le hacía feliz,

Nunca tuvo amigos como aquellos o nunca lo vio de esa manera...tal vez ni siquiera fueran sus amigos, tal vez fue lo más parecido. 

Se dio cuenta de una cosa: Se sintió joven y eso le gustó y le desagradó a partes iguales.

Volvió al coche. Abrió la guantera. Desenrolló con cuidado el papelito.

MORIRÁS EL 7 DE SEPTIEMBRE

Era 4 de septiembre.

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Todo el coraje del mundo y varios ejércitos de angelitos tocando cítaras hubieran sido necesarios para animar y empujar a Robert a cruzar el Jardín del Edén en unas circunstancias digamos normales.

Eden Street era la calle residencial donde todavía vivía Elly, su primera esposa. Llamó a la puerta:

- Sí?..desea algo?
- Eres tú...
- Perdone?
- No...ahmmm...no me recuerdas.
- No.
- ¿Es en serio, Ellian?- dijo Robert abrazando su chaqueta contra su pecho.
- No, perdone. ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Le conozco de algo?
- Sin duda.
- Ah!...-dijo Ellian.
- Y bien?-prosiguió.

Robert no dijo nada, apretó el mensaje de la galletita china de la suerte con su puño derecho.

- Solo...ahmmm..solo quiero que hables con Pat y la digas que la quiero.

La cara de Elly se descompuso. No dijo nada. Las lágrimas empezaron a emanar de sus ojos como un pequeño riachuelo.

Se dio la vuelta y cruzó el Jardín del Eden.

- Hijo de puta- escuchó.

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Lo pensó una y otra vez. Si a alguna persona había querido de verdad era a su hermana Martina. Ella vivía en Chicago, era periodista. Hacía un par de años que no se veían. Martina lamentó no haber podido pasar el Día de Acción de Gracias con su hermano las pasadas navidades. Y es que cada año hacían turnos para viajar él a la ciudad del viento, ella a la urbe gay por excelencia en el mundo entero, no era el caso de Robert, un mujeriego toda su vida. Ella era la única mujer a la que quería y respetaba, su hermanita pequeña.

- Marti, soy yo.
- Bobby! ¿qué tal lo llevas, hermano?
- Bien.
- Oye, ¿no es muy pronto para que me llames? ¿no estás en la oficina?
- No estoy allí.
- ¿Estás de viaje? Me muero de ganar por conocer Singapur.
- Viajas más que yo, Marti.
- Pero nunca a los sitios que me gustan.
- Te quejas por todo.
- Eres un idiota.
- Lo sé.
- ¿Qué tal con esa chica?
- ¿Quién?
- No importa...jaja, ¿qué tal está mi hermanito?
- Ahmmm...bueno, mira.
- Ocurre algo, Bobby?
- Martina, tú crees en que se puede predecir el futuro?
- JA, JA, JA...¿qué coño has fumado, nene?
- El otro día abrí una de esas galletas de la suerte.
- ¿Las galletas chinas de la suerte?
- Sí.
- ¿Y para eso me llamas?
- No, claro.
- Y bien, ¿te ha adivinado el futuro?
- Aún no lo sé.
- Claro.
- ¿Es bueno o malo?
- Es malo.
- Oh! Cuánto lo siento, Bobby! ¿de qué se trata?
- No te lo puedo contar-
- Y de qué quiere que hablemos?

Moría de deseos por contárselo, buscar consuelo y decirle adiós. Adiós por si acaso, adiós para siempre, adiós-hasta luego, decirle adiós a alguien. Miró el calendario: 6 de septiembre, 9 y media de la mañana.

- No quiero nada, solo quiero decirte que te quiero.
- ¿Te pasa algo, idiota? Venga, cuéntamelo!
- Ahmm....no-
- Es ella! Ah! Te has enamorado! Me llamas para contármelo, pero no, El señor Paterson nunca se enamora...JA, JA, JA. Te he pillado!
- No es exactamente eso, Marti-
- A mí no me engañas. JA, JA, JA.
- Quiero que sepas que te quiero, te quiero y te quiero-

La risa de Martina se fue apagando poco a poco.

- Me vas a contar lo que te pasa?
- No, te quiero-
- Idiota! Llámame cuando quieras hablar. te  dejo, tengo lío en la redacción. Adiós.
- Adiós.

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Parado frente al mar, en lo alto de un acantilado. Eran las 15:45 horas del 7 de septiembre. Abrió el puño izquierdo; el mensaje de la galletita china de la suerte estaba casi desintegrado.

MORIRÁS EL 7 DE SEPTIEMBRE. Será a las 17:03 horas. Ahora que lo sabes, no podrás decírselo a nadie, no podrás despedirte de nadie. Si lo haces, tú mueres.

Miraba al mar, sentía paz. Notaba la corriente fluir, a veces brava, otras veces tranquila. El viento era moderado, pero era viento y no una simple brisa.

Cogió su teléfono móvil.

- Michelle.
- Ah! Hola, Robert. Existes todavía? Me quieres explicar qué ha pasado estos días? Tienes la carta de despido encima de la mesa de tu despacho! Llevo llamándote todo este tiempo, tres veces al día, yo...
- Escucha, Michelle.
- Sí?
- Por qué no abriste la galleta china de la suerte aquella noche que estuvimos cenando juntos en el Restaurante Handoi de Singapur?
- Pero, ¿qué tontería es esa? ¿estás bien, Robert?
- Muy bien, Michelle.
- Eso es exactamente lo mismo que me escribiste en tu último mensaje.
- Eso es exactamente, sí.
- Qué te pasa, Robert?
- Repetiré mi pregunta.
- Por qué quieres saberlo?
- Necesito saber el porque.
- Vamos, Robert, por favor...
- Por qué no abriste la galleta china de la suerte aquella noche que estuvimos cenando juntos en el Restaurante Handoi de Singapur?
- Bob, ¿has perdido el juicio?
- Por qué no abriste la galleta china de la suerte aquella noche que estuvimos cenando juntos en el Restaurante Handoi de Singapur, puta?
- No me insultes, Bob! Qué coño te pasa? Déjame en paz! No me insultes!
- Por qué no abriste la galleta china de la suerte aquella noche que estuvimos cenando juntos en el Restaurante Handoi de Singapur, mala puta?
- Basta ya, Robert! No me insultes. Yo soy una buena persona, yo...
- Está bien, Michelle...yo...adiós, Michelle.

Colgó el teléfono.

Respiro profundo. Miró al mar y se estiró. Sintió los pies desnudos clavados en las rocas del acantilado, Eran las 17 y dos minutos del día 7 de septiembre.

La vida era un río, al comienzo un enorme torrente de agua, poco a poco encauzado, un hilito fino de agua, los ríos iban siempre a parar al mar, todos al mismo mar.


Sintió un dolor insoportable en el interior de su cabeza, como si le carcomiera. Abrió la boca y los ojos de agonía, pero no gritó. Puso las manos suavemente sobre la testa y se arrodilló. Sus ojos se ensangretaron y su vista se nublaba. Sus oídos se anulaban y su olfato dejaba de oler a sal y a asfalto.

Eran las 17:03 del 7 de septiembre.