Cuentos en el Pinar: "UNA PARADA PARA PODER SOÑAR".
Era pronto, a primera hora de la mañana del domingo.
En el vagón de metro había tan sólo cuatro personas sentadas, más o menos, próximas entre si.
En el vagón de metro había tan sólo cuatro personas sentadas, más o menos, próximas entre si.
El chico joven iba espatarrado en su asiento escuchando música a todo volumen. El anciano lo miraba con ambas manos sobre su bastón.
Al lado derecho un hombre apoyado sobre el reposabrazos miraba en otra dirección, pero bien se percató que aquella mujer se había fijado en él.
Una chica joven, la más distanciada de todos ellos, toqueteaba la pantalla de su teléfono móvil una y otra vez, una y otra vez, pareciera desesperada por decir algo con las manos, una y otra vez...
El tren se detuvo en mitad del tunel unos minutos y se miraron extrañados.
Durante sólo un segundo, todos se observaron.
Y el chico observó la cara de mala uva del señor mayor, quien pensaba en cómo decirle que bajara el dichoso volumen de su reproductor de Ipod, pero pensaba también en los magacines de la tv por tarde, en las reyertas callejeras de la gran ciudad, en la pérdida del respeto con el paso de los años y de las nuevas generaciones....
No obstante, el chico bajó el volumen; tal vez se dió cuenta de que quizás le molestaba al anciano.
De lo que no se dió cuenta es de que el señor mayor le correspondió con una leve sonrisa, ni de que la chica joven del fondo lo observó con interés, mientras secaba las lágrimas de sus ojos y mejillas, de las cuales corrían los restos del pegote de rimel.
Y en ese mismo instante, aquel hombre se fijó en la señora, quien bajó la cabeza levemente escorándola al otro lado descubriendo su cuello de cisne adulto. Y ella pensaba en que la vida podría regalarle algún día un nuevo motivo para ser felíz, mientras él pensaba en cómo sería su vida con otra persona.
Al lado derecho un hombre apoyado sobre el reposabrazos miraba en otra dirección, pero bien se percató que aquella mujer se había fijado en él.
Una chica joven, la más distanciada de todos ellos, toqueteaba la pantalla de su teléfono móvil una y otra vez, una y otra vez, pareciera desesperada por decir algo con las manos, una y otra vez...
El tren se detuvo en mitad del tunel unos minutos y se miraron extrañados.
Durante sólo un segundo, todos se observaron.
Y el chico observó la cara de mala uva del señor mayor, quien pensaba en cómo decirle que bajara el dichoso volumen de su reproductor de Ipod, pero pensaba también en los magacines de la tv por tarde, en las reyertas callejeras de la gran ciudad, en la pérdida del respeto con el paso de los años y de las nuevas generaciones....
No obstante, el chico bajó el volumen; tal vez se dió cuenta de que quizás le molestaba al anciano.
De lo que no se dió cuenta es de que el señor mayor le correspondió con una leve sonrisa, ni de que la chica joven del fondo lo observó con interés, mientras secaba las lágrimas de sus ojos y mejillas, de las cuales corrían los restos del pegote de rimel.
Y en ese mismo instante, aquel hombre se fijó en la señora, quien bajó la cabeza levemente escorándola al otro lado descubriendo su cuello de cisne adulto. Y ella pensaba en que la vida podría regalarle algún día un nuevo motivo para ser felíz, mientras él pensaba en cómo sería su vida con otra persona.
Al renaudarse la marcha, el tren llegó a la estación, haciéndose la luz, rompiendo con la envoltura que da la oscuridad, como la noche cuando aguarda para nosotros sueños que creemos irrealizables.
Entonces el chico y el hombre se levantaron cruzándose las miradas el uno hacia el otro.
Y con esa mirada, mientras de reojo se despedían en silencio de su destino, inmediatamente parecieron compadecerse el uno del otro.
Por no haberle dado una oportunidad a la vida, por habernos puestos barreras al amor, por haber interpretado un personaje cuya máscara esconde historias, momentos como estos, quizás irrepetibles hasta la próxima estación, en la que el tren vuelva a detenerse y a sumirnos en sueños inalcanzables para la razón y al alcance de la mano de nuestras emociones enjauladas por barrotes de papel, el papel que nos han otorgado en esta obra dramática que es la vida que algunos han escrito para nosotros, como un musical sin melodía, como una comedia sin risas, como un sueño del que quisiéramos nunca despertar, sencillamente porque es un sueño bonito...
Entonces el chico y el hombre se levantaron cruzándose las miradas el uno hacia el otro.
Y con esa mirada, mientras de reojo se despedían en silencio de su destino, inmediatamente parecieron compadecerse el uno del otro.
Por no haberle dado una oportunidad a la vida, por habernos puestos barreras al amor, por haber interpretado un personaje cuya máscara esconde historias, momentos como estos, quizás irrepetibles hasta la próxima estación, en la que el tren vuelva a detenerse y a sumirnos en sueños inalcanzables para la razón y al alcance de la mano de nuestras emociones enjauladas por barrotes de papel, el papel que nos han otorgado en esta obra dramática que es la vida que algunos han escrito para nosotros, como un musical sin melodía, como una comedia sin risas, como un sueño del que quisiéramos nunca despertar, sencillamente porque es un sueño bonito...
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