SOY GILIPOLLAS
(Bye, bye 2017)

Soy gilipollas…quizás sea fuerte
empezar diciendo esto, pero lo soy.
Soy gilipollas por creer que un mundo
incinerado por las llamas del egoísmo tiene aún esperanza. Gilipollas por creer
a ciegas en los valores humanos que nadie puede ver. Gilipollas por poder ser capaz
de discernir entre el bien y el mal. Gilipollas por no pegarle un jalón a la
oportunidad, eclipse para algunos, luz del día para los más picaros o
espabilados. Gilipollas por ir tan lento, siempre a remoque de una vida que
pasa de largo demasiado rápido. Gilipollas por creer en las personas, que son
sólo productos estratégicamente colocados en las cintas correderas. Gilipollas
del tiempo que es hoy. Gilipollas del espacio, que es cada vez más ancho. Gilipollas
de ver el problema como propio cuando el problema es de los otros. Gilipollas
por no valorar lo que de verdad importa, cegado por la corriente de aire
obscurecido que no cesa. Gilipollas por no besar cada día la mejilla de quien
me dio la vida. Gilipollas por no cuidar la flor que muere dentro de nosotros
cada día. Gilipollas por dejarme casi siempre llevar por el ventarrón de la
vulgaridad que me hace preocuparme por los vulgares y me lleva con ellos como a
una hoja amarillenta del otoño.
Soy gilipollas por esforzarme en
educar generaciones del siglo XXI capsulado en el prisma sin salida del siglo
XIX. Gilipollas por enaltecer la importancia del esfuerzo en un mundo al que le
cuesta el sólo hecho de parar para pensar. Gilipollas por cansarme y dar la
papilla indigerible masticada y escupida sólo para ser rechazada por apetitos
caprichosos o bebes balbuceantes. Gilipollas por hacer lo que viene escrito de
un dictador y continuar siendo su manijero. Gilipollas por darle crédito a la
receta de un mal cocinero. Gilipollas por sentirme culpable de no implantar lo
que nadie siquiera se plantea. Gilipollas por ser el listo de entre los listos,
aquel que se moja mientras los demás miran y ríen arrecostados desde la hamaca
con la ropa de baño aún seca. Gilipollas por ser siempre el malo de una
película no dirigida por mí. Gilipollas por gritar en el vacío y sólo escuchar
el eco que me llama “gilipollas”. Gilipollas por darme masajes que desenredan y
por sentirme renacido cuando mi cerebro se refresca y el óxido se desprende de
él. Gilipollas por esperar una palmadita que nunca llega y que, cuando llega,
empuja hacia las llamas, aunque parezca que reconforta y alivia como el mismo paraíso.
Gilipollas por confiar en las capacidades humanas, siempre por debajo de las propias
tuyas, lo que te hace sentir el genio de los gilipollas.
Gilipollas por sentir como tus amigos
a las mismas víctimas de la mácula egoísta de la nación. Aquellos a los que se
les llena la boca con una palabra demasiado grande. Amigos que no demuestran.
Amigos que no te buscan. Amigos que sólo esperan a ver de dónde vienen hoy
dadas. Amigos que no te mezclan con sus amigos. Amigos que siempre buscan algo
de ti. Amigos que absorben tu sangre. Amigos que viven despreocupados, mientras
tú te pierdes en el jardín. Amigos que quieren serlo, pero que tú desechas como
un clínex, al no estar a la altura de los mocos de los otros. Amigos que sólo
esperan el amanecer de unas piernas abiertas en las que echar el ancla de sus vidas
(para luego desaparecer). Amigos que hace tiempo te dieron la carta de despido
y que guardas benévolamente en el cajón del patrón amable. Amigos que te hacen
doler tu hígado frágil. Amigos por un día, por unas horas, por una noche, y
sólo esta noche.
Soy gilipollas por aún creer en
palabras y promesas de mujer. Pensar en que una mirada significa algo, en que
una palabra ñoña es un indicio y en que la promesa de vernos pronto podrá
cumplirse. Y es que siempre habrá otro más que se adelante, alguien al que
ascenderán a la parte superior de la lista de espera. Entonces puede que el verde
cartel luminoso de “libre” cambie a “ocupado” en cuestión de segundos. No habrá
aviso; te quedarás esperando y bien vestido en el sofá de tu casa mirando el
móvil como un puto gilipollas. Escribirás y te contestarán con excusas baratas
y, dependiendo del día, harás como si nada sucediera sólo para mendigar una
segunda oportunidad, contestarás con rabia y le darás el perfecto pretexto para
quedar tú como culpable o pirómano del incendio o simple y, más probable, la
ignorarás y la llamarás “hija de puta” en voz baja mientras buscas un plan B
para no arruinar la noche o simplemente abres una cerveza y te dedicas a perder
el tiempo delante de la pantalla de tu ordenador portátil, tal cual, como un
patético gilipollas.
Soy gilipollas por ser cómplice de
sus locuras. Hay que ser realmente gilipollas por salir con mujeres taradas de
segunda mano tan solo a escuchar su monólogo, tan sólo contemplando en qué
momento, si se da el momento, puedes recoger las sobras y llevártelas a casa
para comértelas a escondidas. Soy gilipollas por aceptar permanentes e
imposibles evaluaciones nunca recíprocas en las que insisto en participar
cuando cuido mis palabras y peino al león enjaulado. Mucho más gilipollas por
pensar que los caballeros sin traje, deportivo ni un buen fajo en la cartera
son capaces de seducir a alguien ni siquiera de ser percibidos como tales
caballeros, más que como “pagafantas”, “amigos gay” u “hombrito donde llorar”
(sólo esta noche). Gilipollas por bajar la guardia y sólo mostrar la cara
amable tras el escudo invisible. Gilipollas por percibir los gestos de tensión,
las miradas esquivas, las palabras que despistan, los distractores cuyo fin es
esquivar, las conversaciones sin vida, escuchar el sonido de los mensajes que
no cesan y jugar el rol de hombrecito comprensivo que entretiene a la dama por
una noche, sólo esta noche y nunca más, siempre confirmado en la eterna
despedida.
Debo ser gilipollas por aspirar a
mujeres imposibles. Mujeres de otro milenio. Mujeres en cuya delgadez me
pierdo. Mujeres en cuya juventud imploro. Mujeres cuyas extravagancias me hacen
volar, desde las gafas negras de pasta hasta los tatuajes imposibles o los
tobillos al aire. Mujeres reales que están detrás de la pantalla del Tinder.
Mujeres adolescentes o muñequitas de plástico duro de la mano de homo-heteros
que podrían darte una lección de sexo. Mujeres de alma resquebrajada con
macheritos gruñones y discutones que las ponen a cien con más tatuajes, sus
barbas de hortera o sus cuerpos esculpidos en sus franquiciados gimnasios. Debo
ser gilipollas por conformarme con los subproductos de semejantes princesas. Princesas que están
mucho mejor calladas y que cuando hablan, rompen el hechizo. Princesas
endiosadas que no merecen menos que un cuerpo bonito, a veces ni eso, y un
diálogo que sigue la corriente, que rara vez diga “no”. Más tarde, princesas
que lo fueron, y que se auto lesionan buscando permanentemente el “no”, aunque
luego sea “sí”. Soy un soberano gilipollas por perderme eso.
Gilipollas por escribir con la fuerza
de la naturaleza y apenas limar los cantos rodados de los ríos. Gilipollas por
poder cambiarlo todo tan sólo con abrir el libro de mis palabras. Gilipollas
por no convertirme en la voz del pueblo. Gilipollas por ser un blogero más
dispuesto a contar historias tristes y nunca alegres. ¿O quizás no?
Quizás me alegre de ser un gilipollas
y, aunque espero de corazón ser un poco menos gilipollas el año que viene, es
muy probable que lo siga siendo, ¿acaso es tan malo ser un gilipollas como yo?
Felíz año nuevo.
Felíz gato nuevo.