sábado, 5 de mayo de 2012

ÁRBOL CAÍDO

Poeta como tú: "Árbol caído".

Es sábado noche y estoy sólo en mi habitación
viendo cómo la lluvia llora en mi ventana y
sube el aroma de la tierra mojada que tanto
me gusta. Me gusta cuando los días son grises
y las noches se envuelven de terror, porque
me recuerdan a mi propia vida amorosa, a ese
camino de espinas doradas que me dejan las
manos talladas de tus recuerdos, mi amor...


 
ÁRBOL CAÍDO


  
Y aquí me encuentro otra vez sólo
escribiendo poemas de amor...


"Oígo el silencio, huelo el miedo a distancia,
siento que encojo y sudo lágrimas secas
y mucha angustia, pero todo me resulta
familiar, como el sonido de un árbol caído
para un leñador. Árbol que cae y se desploma
sobre el suelo, árbol para el que no hay
ni un sólo sentimiento, ni un sólo trago de saliva.
Leñador que sin piedad arranca su motosierra
y enviste de nuevo a su siguiente presa
dejando el fresco bosque negro como la leña quemada.
  
Estoy en mi trabajo,
recibo un mensaje,
eres tú despidiéndote
otra vez, pero esta vez
no sé que hice mal.
  
Me levanto de mi pesar,
termino la faena, me entrego
a los demás.
Regreso a casa
y el viaje me parece eterno
soportando
a todos los demás.
  
El tren de la muerte
me escupe en el andén.
Llego a mi "dulce" hogar
y las paredes me atrapan.
Lo vuelvo a leer, una vez más.
Comienza el silencio,
comienzo a escuchar.
Escucho mis pensamientos,
esculpo mil excusas
y trato de explicar
el por qué lo has hecho
tan mal.
  
Hoy te odio, mañana te echo de menos,
pasado te escribo un poema...
Y es que te quiero, amor.
Vence la condena,
exhausto en sólo dos días.
Llega el fin de semana
y busco a los míos,
busco sus palabras
de ánimo. Busco la esperanza
en sus labios, en sus palabras
dichas o escritas.
Me atrevo a enfrentarme
a mis prejuicios y te mando
palabras de ánimo.
Mis letras teñidas de blanco
me suenan falsas, pero son
para tí, sólo para tí.
Y es que te quiero, amor.
Palabras de ánimo, aunque yo
esté destrozado, aunque mi
corazón ya repique
con la historia
de siempre...
  
Eres demasiado blanca
para colorearte de negro.
Eres, mi pequeñita, fuerte
y activa, como para languidecer
y penar tú sóla sin tenerme
a tu lado.
  
Pero has pensado por los dos,
tu mente ha ido más rápido
que la mía y te has clavado
un puñal, sin saber que yo
estaba detrás contigo
apartando tu pelo,
pasando mis yemas
por la tersura
de tu carita de niña,
metiéndote mano...
  
Noto ahora el filo
salir de mi pecho
y desangrarme
envuelto en noche
y lluvia poco a poco
con la sangre reseca
que sale de los sucios
poros de mi corazón,
unas veces inmovil,
otras retumbando
en la caja y ensordeciendo
todo lo demás...
Y es que te quiero, amor.
Salgo a la calle, cojo el coche
y me pierdo en la carretera
sin importarme rodar
por encima de los charcos
y joderle la vida a los
viandantes.
Acelero para huir
de este sufrimiento,
pero conduzo
suave, sereno, aún
inquieto.
Y apenas veo
por el cristal
con marcas
de parabrisas
tu imagen
que se aleja
y vuelvo
a pisarle
para que eso
no ocurra,
para poder
darte alcance
y envolverte
en mis brazos
como si fueran
una sábana
blanca.
  
Nadie sale esta noche
de lluvia ácida. Estoy
con la necesidad de
mantener el tiempo
ocupado.
No quiero seguir
durmiendo, no quiero
seguir pensando.
Me marcho a la calle,
voy al cine y te veo
en la gran pantalla,
porque no puedo
olvidarte, mi amor.
  
No te puedo perder,
porque te quiero
y me quieres.
¿Hace falta algo
más?
  
El ruido me confunde,
el tiempo es enemigo
y aliado.
Tu silencio rezuma
miedo, mi paciencia
me crispa los nervios.
 
Pero ya sé lo que es ver caer un árbol.
Ya sé lo que es recoger las semillas
de un pequeño arbolito que murió
mustio y hacerlo resucitar y crecer
a su ritmo, pasito a pasito...
Y descansar juntos a su sombra,
besarte y abrazarte con seguridad,
con la fuerza de un árbol adolescente
que quiere hacerse mayor.
 
No seamos leñadores de este árbol, mi amor.
Nuestro fin no puede ser tu dolor.
Tu dolor es su dolor.
Tu dolor es mi dolor.
 
Quiero que mi esperanza alumbre de nuevo
el sol que revitalice los trozos caídos
de nuestro arbolito, que otra vez
necesita del agua de nuestra sonrisa.
No quiero morir a los pies de nuestra
plantita llorando, penando por causas
ajenas, mutilado por la tristeza
que nos causan los árboles talados
del negro bosque.
 
No eres así. No eres verdugo de algo
que empezaba a relucir y ser bonito
como la copa de un joven almendro
un día de primavera después de la lluvia
de mayo caída.
 
En tí está la vida del arbolito dañado.
A sus pies sigo esperándote. Yo ya
he enterrado mis frutejas podridas
que son mis rencores, mi rabia,
mi enfado y mi impotencia.
Ahora te toca a tí venir a regarlo
conmigo, a hacerlo levantar
y crecer, y crecer, y crecer.
 
Y es que te quiero, amor."





No hay comentarios:

Publicar un comentario