sábado, 13 de diciembre de 2014

EL ESFUERZO

El esfuerzo, esa especie en peligro de extinción...

Todavía quedan algunas personas mayores, especialmente algunos abuelos, que le recuerdan a sus nietos la importancia de esforzarse y de ser un buen trabajador. Honrado y trabajador, seguro que os suenan esas palabras en boca de vuestros más ancianos parientes.

Hay personas que nacen y otras que se hacen. ¿Quienes son más felices? Yo pienso que cuando alguien no tiene nada por lo que luchar, deja de ser un humano. Es más, es posible que deje de vivir. Y esto es así porque va contra natura. Va contra el propio instinto de supervivencia.

Hay gente que lucha, se esfuerza todos los días por intentar lograr sus metas y encuentra en ello muchos obstáculos. Hay otros que tienen potra y parece que no necesitan esforzarse demasiado, yo a esto lo llamo suerte (a pesar de que se diga que no existe) o tener talento para ciertas cosas y llamarlo potra, tendiendo a minusvalorar las cosas buenas que tenemos y que parece que ignoramos.

Hay gente que dice que se esfuerza por el mero hecho de dejarse llevar por la corriente natural de la vida. Gente que dice que se esfuerza por sacar adelante a sus hijos, gente que se levanta pronto para ir a trabajar, gente que hace las tareas de la casa...siento ser arrogante, pero no es ese mi concepto del esfuerzo. Cumplir con las obligaciones no es esfuerzo, a no ser que esto suponga una losa y haya que acudir a nuestro viejo amigo, el esfuerzo, esa especie en peligro de extinción, para seguir viviendo, aunque sea llevado por el riachuelo.

Luego están los dejados, para mí estos sí que se esfuerzan, pero en joderse la vida. Pienso verdaderamente que algunos logran llegar a lo más bajo a base de currárselo de lo lindo y eso...¡eso sí es esfuerzo! Aunque también existe la otra suerte, la mala (aunque digan que no).

Cuando digo que el esfuerzo es una especie en peligro de extinción lo digo con conocimiento de causa. Yo aún sigo creyendo en el esfuerzo, en esa fuerza interior que, muy relacionada con el orgullo propio y el sentimiento de honor, con la sana ambición y con el ponerse metas para intentar mejorar o subir escalones en esta escalera en la que parece que algunos han llegado hasta arriba en ascensor y otros nos deslomamos para llegar a lo que la vida nos deje. Es ese viejo anciano del que ya pocos dependen o al que pocos piden ayuda.

Nuestro sistema educativo apela constantemente al esfuerzo y cae constantemente en un error. No puede haber esfuerzo si no hay una motivación, un motivo para esforzarse. La educación de hoy en día no pone metas, retos interesantes para los alumnos, solo reproducir el patrón establecido. Si a ello le sumamos que lo que ellos hacen ya está escrito en algún lado, al alcance de un clic o se les permite, tanto en el aula como fuera de él, seguir la ley del mínimo esfuerzo sin represalias alguna, entonces el esfuerzo está condenado a morir.

La sociedad de consumo ya le puso la pistola en la sien al esfuerzo. Eso que llaman el estado del bienestar consiste en que habrá otros que lo hagan por ti (pagando, claro). Las nuevas tecnologías van a precipitar su muerte. La capacidad de los adolescentes de poder hacer varias cosas a la vez, aunque desde hace años ha quedado demostrado que el ser humano solo puede atender a una única tarea consciente (no hablo de actos reflejos), es algo que minimiza los tiempos de atención en una sola actividad dificultando y hasta impidiendo focalizarse en ella de manera pasmosa para los que acostumbramos a esforzarnos.

Es difícil cultivar el arte de la conversación en un mundo que va más deprisa que nosotros mismos, la gente quiere contestaciones breves y directas, no hay lugar a la reflexión. La gente no quiere explicaciones, solo quiere lo que buscan. La gente no sabe escribir con letra elegante y legible, porque ello requiere esfuerzo. La gente no se lee las instrucciones del DVD, porque ello requiere esfuerzo. La gente no lee más que aquello que le entra por los ojos, la gente, por tanto, no estudia o, al menos, no como antes.

Este artículo, o lo que quiera que sea, se ha gestado estos días en los que preparaba con mucho esfuerzo diario un importante examen oficial de Inglés. Reflexionaba hoy yo para mis adentros que tengo razones para sentirme orgulloso de mí mismo. Me he pasado los últimos tres-cuatro años de mi vida estudiando inglés y logrando pasar de un nivel pre-intermedio a un nivel avanzado a base de estudiar para lograr un nivel que cualquier chaval a día de hoy es capaz de conseguir con 14 años. Y no hablo solo de que vayan a colegios bilingues "maravillosos" (que, por cierto, también matan el esfuerzo a golpe de talonario y de apariencias) si no más bien de que sus capacidades son diferentes a las mías, por no hablar de sus oportunidades.

Escuchan música en inglés desde que nacieron, cantan sus canciones, memorizan sus letras, ven series de tv y pelis en versión original y, ante todo, viven en un mundo globalizado, ese que llegó a mi vida sin darme yo ni cuenta hasta que reparé en que todos estábamos más jodidos desde entonces. Su capacidad de aprendizaje no es mi capacidad de aprendizaje, porque esas capacidades son, sencillamente, diferentes. Yo hinco codos para aprender inglés, ellos se van de Erasmus o tienen una beca para estudiar en el extranjero. Ellos entienden al foráneo mejor, porque la música está en sus venas y, más que posiblemente, el área de sus cerebros destinada a este talento esté muy relacionada con la capacidad de codificación, interpretación y comprensión de los mensajes recibidos en otro idioma.

Igual que con el inglés, podríamos poner muchos ejemplos. El problema está por llegar. Tal vez no necesitemos limpiarnos el culo mientras exista alguien o algo detrás que nos lo limpie, pero tal vez algún día nos quedemos sin papel higiénico...¿y entonces qué?

El mundo de las ideas está siendo sustituido por el mundo de los dispositivos. Los que hemos vivido ese cambio y lo disfrutamos, aunque progresivamente también nos estemos volviendo más gilipollas en algunos sentidos, lo sabemos bien.



 



¿Qué será del mundo sin el abuelo esfuerzo? Ya lo estamos viendo. Niños pequeños que dicen que no lo entienden cuando se trata de hacer sus deberes, porque sencillamente no han leído lo que les piden. Los mismos que protestan cuando se les asignan tareas, bien en el cole o bien en casa. Los mismos cuya atención es tal que son capaces de preguntarte lo mismo hasta cinco veces seguidas. Los mismos a los que una orden de más, no es escuchada ni comprendida.

Adolescentes cuyo humor ya no me resulta gracioso, porque no es original, porque es mera fotocopia de lo que ven, oyen e imitan. Gente cada vez más quejica cuando no consigue lo que quiere y que se esfuerza en protestar sobre soberanas tonterías en vez de esforzarse en pensar y actuar sobre lo que realmente importa.

El fallecimiento del esfuerzo se producirá en los próximos años y, lo peor, es que lo veremos como un adelanto, como una nueva forma de actuar, pensar y vivir. Yo lo viviré como un drama...

Porque, aunque no sea ya un valor en alza, el esfuerzo es lo que me ha salvado la vida, lo que me ha levantado de estar sentado en la falsa quietud, más bien parsimonia, yo diría desidia. Es lo que me ha hecho lograr aquello mucho o poco que tengo, es esa energía que me mueve por dentro y me hace estar inquieto, el que me hace tener una vida, el que me hace ser mejor, el que coge de aquí y de allí y cocina él sólito la persona que quiero ser.

Esforzarse en pensar...¿también eso morirá? Miro a mí alrededor y pienso, que eso fue lo primero que se quedó difunto hace ya algunos años.







No hay comentarios:

Publicar un comentario